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De tal Palo Tal Astillero

Con el paso del tiempo, su abuelo terminó siendo un pionero de la industria náutica de pequeñas embarcaciones. Cuando la fábrica agonizaba, sus nietos tomaron el timón y convirtieron a la empresa en una protagonista del mercado.

Pese a su posición mediterránea, Córdoba cuenta con un astillero especializado en pequeñas embarcaciones que es protagonista indiscutido del mercado nacional de la náutica. Adrián Marzi y su hermano Mario encabezan Astillero Campanili, una verdadera industria que integra un sinfín de procesos para la producción de lanchas y que nació de las manos de un carpintero que trajo su oficio de italia, Aroldo Campanili. Hay historia pero también hay futuro a bordo de esos botes.

–La verdad, estoy sorprendido por la cantidad de procesos que integran acá.

–Son unos cuantos. Y no le mostré en el pañol la cantidad de materias primas que trabajamos. Tornillería en acero inoxidable debe incluir unos 400 distintos. Sólo en herrajes debe haber 300 variedades. Hay una montaña de dinero en insumos.

–Pero, adentro, hay una carpintería, una planta de fibra de vidrio, tapicería, electricidad, de todo.

–Y fíjese qué contradicción: maquinaria no hay tanta. Hacer una lancha sigue siendo una actividad casi artesanal, como la hacía mi abuelo. Es una actividad de mano de obra intensiva. Para formar un operario necesitamos tres años.

–¿Existe una industria 'lanchapartista' como en los autos, o ustedes quieren hacer todo acá?

–En Buenos Aires, los astilleros se concentran en la fabricación del plástico y el ensamblado pero poco en las partes importantes. Por una cuestión de distancia, no podemos aprovechar esos proveedores y necesitamos hacer todo.

–¿Desde el casco hasta el asiento están fabricados aquí?

–Así es. No podemos dejar de entregar una lancha porque nos falta un parabrisas de un proveedor. A la fuerza, hemos tenido que verticalizar de tal forma que no dependemos de nadie. Esa integración vertical hace que algunas cosas nos resulten más económicas y otras, bastante más caras; sobre todo, cuando los ciclos de la economía son muy cambiantes. En los momentos en que la economía mantiene cierta estabilidad, nos rinde tener verticalidad.

–En síntesis, salvo los motores, todo lo demás está hecho bajo estas naves.

–Compramos terminadas muy pocas cosas: comando de dirección, estéreos, baterías o GPS, como cualquier automotriz. Y, además, las lanchas están hechas con la calidad y la responsabilidad que aplicaban mi nono, padre de mi mamá.

–Hoy podríamos decir que Aroldo Campanili fue un pionero en esto.

–Él era un carpintero dedicado a la instalación de negocios. Siempre contamos que los muebles de la Anses son de Campanili. Le gustaba mucho cazar y pescar. Pero cuando iba a tirar la caña al lago San Roque, en la época de la cota baja de Bialet Massé, no había botes ni para usar ni para comprar. Se dio maña para fabricar un bote pero, antes de terminarlo, ya había aparecido un cliente. Con el segundo, ya había corrido la bola de que el gringo italiano este fabricaba botes.

–¿Hasta dónde llegó con la fábrica?

–Hasta donde pudo. La economía argentina del siglo 20 fue un desastre. Estaba fabricando lanchas y, de pronto, aparecía un gobierno que cortaba la importación de motores. En esa vorágine, el abuelo se las fue rebuscando dentro del mismo rubro. A él le gustaba diseñar, usaba el ingenio permanentemente.

–¡Lo que sería Campanili en un país estable!

–En plena hiperinflación de Alfonsín, él falleció. Tenía 81 años. En esa situación, ante la ausencia de continuadores de la empresa, el nono debe habernos dejado creyendo que esto se había cerrado para siempre. En sus últimos tiempos no fabricaba lanchas sino tablas de windsurf. Después, vino la segunda fundación.

–Cuente…

–En los ‘90, hacía muy poquito que me había recibido y trabajaba en una petrolera en Roma; acá todo había quedado para liquidar. Me llama mi padre y me pregunta: '¿Qué vas a hacer?', '¿pensás volver?', '¿cerramos la fábrica con candado y a otra cosa?'.

–Sencillitas las cuestiones.

–Y, la verdad, que yo hace de los tres años de edad que ando arriba de una lancha. Con mi hermano, éramos muy seguidores de mi abuelo, nos dio una niñez maravillosa al lado del agua, con pesca, esquí, vida al aire libre con amigos. Mi sueño era continuar con el taller del nono. Y le respondí a mi padre: 'No cierres que yo vuelvo'. Vine y arrancamos de cero. Cero por ciento de mercado, hoy estamos cerca del seis por ciento en el país.

–¿Y la gente?

–Por suerte, nos quedó un capataz, Bruno Crippa, él nos ayudó en la parte técnica y mi padre, en lo comercial. Fuimos aprendiendo pero, en el medio, tuvimos el 'efecto tequila', la crisis de De la Rúa, hasta un tornado nos tiró la fábrica. Pero seguimos. Se ve que llevamos esto muy adentro en la sangre. Además, quien hace lo que le gusta, se divierte.

–¿Cómo es el mercado desde el lado de la oferta?

–De los cuatro a los siete metros de largo debe haber en el país unos 60 fabricantes. La fibra de vidrio ofrece una barrera de ingreso muy baja.

–Para competir con éxito ¿qué hay que hacer?

–Hay un segmento donde la competencia es solo por precio. Pero nosotros hemos quedado en el sector de lanchas de buena calidad, se reduce a 10 astilleros.

–Pero Campanili está en Córdoba y supongo que el mercado principal debe andar por el Tigre y por el río Paraná.

–A partir de Santa Fe hacia arriba, las distancias que existen a Buenos Aires y Córdoba se equiparan. En consecuencia, podemos competir y vender en el Litoral en igualdad de condiciones.

–Desde el punto de vista industrial ¿sirve estar acá?

–Córdoba es clave. Hay de todo, torneros, matriceros y capacidad tecnológica. Yo puedo diseñar en la computadora una pieza en 3D y al rato tengo la pieza hecha en telgopor o poliuretano, el modelo de origen para sacar la matriz. Eso no se consigue en otro lado.

–¿Sirve como inversión una lancha o es solamente placer a un alto costo?

–No tiene la velocidad de depreciación de un auto. Ahora, si usted quiere andar en lancha, aunque sean cinco veces al año, debe tener una. El 90 por ciento del mercado está conformado por clientes que les gusta esta vida.

–El lago y el río.

–Un atardecer en el medio de un lago tomando mates mientras se pone el sol es impagable. Sacar un pejerrey o un dorado llena el espíritu. Es inevitable, sí, evaluar cuántas veces uso la lancha contra lo que me cuesta comprarla y mantenerla.

–¿El principal costo es la fibra o la mano de obra?

–Lo segundo, para cualquier empleado; cuando la relación con un operario termina en un juicio se convierte, lejos, en el principal insumo, no por lo que cobra la persona en su bolsillo sino por lo que cuesta al final. Ahora, ese costo no es todo a la hora de vender. Para vender hay que tener calidad y buen diseño. Que la lancha guste a la gente es importantísimo.

–¿Y cuánto cuesta una lancha?

–Tenemos más de 20 modelos diferentes. Van de los 100 mil a los 500 mil pesos. También hay un gran mercado del usado.

–¿Y esa con cabina?

–La Cabin, 450 mil pesos, son 17 pies. Permite dormir a bordo.

–¿Fue un acierto volver de Italia para asumir la fábrica del nono?

–Sí, porque me divierto (ríe). Volvería a hacer lo mismo, aún con todas las que pasamos.

Nota del diario La Voz del Interior del dia 22/01/2017 por el redactor Walter Giannoni.

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